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16 Abril - 15 Mayo
Centro Cultural Ibercaja
Zaragoza
54 Cuadros |
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Autor: Ángel
Azpeitia
Publicada en.- HERALDO DE ARAGÓN
el día 30 de abril de 1998
Como buen profesional
-que lo es, sin duda alguna-, Manuel Monterde
prepara y cuida sus exposiciones. En realidad
sólo las presenta cuando su trabajo
lo pide, cuando tiene algo que piensa ha de
ofrecer al público. El caso es que
no inauguraba desde hace varios años.
Sus dos muestras anteriores habían
sido de carácter temático: la
de 1985, sobre folclore aragonés y
la de 1990, sobre suertes taurinas. Con la
primera, la de la Lonja, enlaza lo que hoy
nos propone, puesto que las obras más
antiguas, de 1995, desarrollan deportes tradicionales
de nuestra tierra: los tiros de bola y barra,
los bolos monrealinos o el pulseo de pica.
En este capítulo véase la difícil
<Revuelta del pastor>. Claro que dentro
del mismo año hay también pueblos,
en los que advertiremos con máxima
evidencia las globales preocupaciones constructivas,
algún árbol y hasta desnudos
de formas rotundas, especie de preludio para
el tema posterior. Hasta aquí domina
una paleta entonada con dominante de naranjas,
sin que ignoremos notas distintas, como los
verdes que seguirán luego. Desde el
principio consta su limpieza y hasta el orden
por zonas, con tendencia al toque paralelo.
Tras este preludio el amplio resto, ya en la sala grande,
lleva a fechas muy recientes, la mayor parte de 1997. Convendría
referirse a los acrílicos de este año por
argumentos. El más cuantioso corresponde a lo que
Monterde llama <Gordys>, mujeres de enfáticas
anatomías, sin ropas que las velen; pero también
sin insistencia en pormenores, estilizadas y movidas por
el juego de sus propios ritmos. Han sido objeto de una
relativa abstractización, aunque todo permanezca
figurativo, y su sensualidad sea casi escultórica,
propia del volumen. No las relaciono con la figuras de
Botero.
También existen otros hispanoamericanos que hinchan
las proporciones y el mismísimo Picasso lo hizo
en su etapa neoclásica, tan mediterránea.
Sin embargo, no hay que rastrear influjos y, si alguno
descubre Monterde, es el de Miguel Ángel. En otro
orden de cosas, estos cuadros y los que siguen implican
ahora un neto contraste entre el fondo y los motivos.
Quizás sea
aún más alto el número
de árboles, apartado en el que encontraremos
diversos ensayos de técnicas y de colorido,
desde una violencia <fauve>, hasta tonos
suaves. Junto a los tableros incluye cuatro
líricas acuarelas. De manera natural
la vegetación, como paisaje, parece
conducir al caserío. El plano próximo
evoluciona hacia el lejano y volvemos así
a los aspectos que caracterizan un lugar concreto
de nuestra geografía. Ya en 1998 se
sitúan trabajos con óxido de
hierro sobre entretela, dentro del asunto
que inicia este párrafo, y papeles
con nuevas <Gordys> a base de sanguina
o lápiz de plomo. No hará falta
insistir en que el dibujo constituye una baza
decisiva en la trayectoria de un Monterde
que persevera en sus conceptos fundamentales
y mantiene su pulcritud y su gusto por los
movimientos y enlace rítmicos. Siempre
atento a las variantes de factura y esta vez,
además, a muchos y resueltos problemas
de color. |
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