1 - 18 Marzo
Sala Bayeu
Zaragoza
22 Cuadros
Autor: José María Doñate

     Lleva un torrente puro y voluptuoso en la femoral de artista. Hay un vendaval de inquietudes en el entorno y es todo él torbellino que gira sobre el tronco macizo de su dibujo.

     No sé ni cómo decirlo. No sé ni cómo explicar que debo se yo quien presente a un artista que se me escapa por las grandes llanuras de sus ocres, pardos y grises, por los bosques intrincados de ideas creadoras, por los senderos de su incesante búsqueda, en el universo de sus experiencias o en el horizonte de sus síntesis.

     Ahí está, amigo, la obra. Su obra. No es a mí a quien corresponde el juicio. A Manuel Monterde le dirán mañana, cualquier día, quienes saben y pueden enjuiciarle, donde está su punto artístico, en qué cota deja establecido su valor de este momento. Y él seguirá, terne, su crecida ruidosa hasta alcanzar - lápiz, pincel, paleta, color - la cumbre desde donde habrá de soltar la tremenda catarata de la obra limpia, pura, sincera, constante, como constante es la bruma que nace al pié de cualquier salto de agua mayestático.

     A Monterde no voy a presentarle a través de una amanerada biografía, todavía envidiablemente joven. Ni, por supuesto, voy a explicar lo que ya hizo y lo que piensa hacer. Me basta decir que es un artista con vigor y rigor; exigente consigo mismo, más de lo que pudiera serlo quien se ponga a juzgar su obra.

     Tiene las raíces de su arte bien arraigadas en la tierra áspera y difícil del academicismo, si bien los brotes más recientes en su árbol, oreado y firme a los vientos innovadores, aparezcan con el color verde incitador al análisis, incesantes en la contexturas, colores y técnicas.

     A Manuel Monterde hay que buscarle desde ahora por los horizontes del arte verdadero, aquéllos donde sólo permanecen los elegidos.